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Un resultado contundente: números y contexto

La elección se definió en segunda vuelta y el resultado fue claro: José Antonio Kast superó el 58% de los votos, mientras Jeannette Jara se quedó en torno al 42%, con más del 95% de las mesas escrutadas. Se trata de una victoria holgada que le otorga al nuevo presidente una fuerte legitimidad de origen, aunque no necesariamente un cheque en blanco frente a un Congreso fragmentado.

Este desenlace se produce tras un primer turno en el que Jara lideró la votación, pero con una derecha dividida, que terminó unificada casi por completo detrás de Kast en el balotaje. La participación fue alta gracias al voto obligatorio restituido, lo que refuerza la idea de que el giro a la derecha no es solo una minoría movilizada, sino un clima de opinión mayoritario en un momento específico de frustración social y miedo a la inseguridad.

Kast: del “extremo” al mainstream de la derecha

José Antonio Kast llega a La Moneda después de varios intentos presidenciales, capitalizando una trayectoria marcada por posiciones ultraconservadoras en lo valórico y un discurso duro en seguridad y migración. Su figura pasó en pocos años de ser vista como demasiado radical para el votante promedio a convertirse en el canal principal de las demandas de orden, estabilidad y control de fronteras.

El nuevo presidente se presenta como un católico conservador, crítico del aborto y de las agendas progresistas, y ha sido cuestionado por sus simpatías pasadas hacia la figura de Augusto Pinochet y la dictadura militar. Sin embargo, durante la campaña de 2025 moderó partes de su discurso y cuidó la puesta en escena, buscando transmitir más gobernabilidad que confrontación abierta, un movimiento táctico clave para ampliar su base en el centro.

Seguridad, crimen y migración: el eje de la campaña

El corazón del mensaje de Kast se centró en la promesa de recuperar el control del territorio ante el aumento de la delincuencia, el crimen organizado y la percepción de impunidad. Chile, que durante años se vendió como el “oasis” de estabilidad, se ha enfrentado a un alza sostenida de delitos violentos y casos asociados a bandas transnacionales, lo que erosionó la confianza en el gobierno saliente.

En materia migratoria, Kast hizo campaña con la idea de deportar a cientos de miles de migrantes irregulares —en su mayoría venezolanos—, reforzar militarmente las fronteras del norte y levantar infraestructura de detención y contención inspirada en políticas de línea dura como las promovidas por Donald Trump. Este discurso conectó con un electorado cansado de la sensación de descontrol, pero abre interrogantes serias sobre derechos humanos, integración y la relación de Chile con sus vecinos.

Economía, malestar y agotamiento del ciclo progresista

La victoria de Kast también se explica por el desgaste del gobierno de Gabriel Boric, quien llega al final de su mandato con una aprobación en torno al 30% y sin posibilidad de reelección inmediata, en medio de un crecimiento económico débil y costos de vida al alza. El estancamiento, sumado a las expectativas no cumplidas del proceso constituyente fallido, generó una sensación de oportunidad perdida que la derecha supo traducir en narrativa de cambio de rumbo.

Kast y su equipo ofrecieron un programa de corte liberal‑conservador en lo económico, centrado en la atracción de inversión, la desregulación en algunos sectores y la promesa de devolver a Chile el protagonismo como economía estable y predecible de la región. No obstante, deberá lidiar con un Congreso sin mayorías claras y una sociedad civil movilizada, lo que anticipa negociaciones permanentes y posibles bloqueos a las reformas más ambiciosas.

Chile en la ola de derecha latinoamericana

El triunfo de José Antonio Kast se inscribe en una tendencia regional donde liderazgos de derecha y ultraderecha han ganado terreno, con énfasis en seguridad y orden, como se observa en países como Argentina, El Salvador y Ecuador. Diversos mandatarios y figuras de derecha celebraron su victoria como parte de una “nueva era” para la región, orientada a políticas de mano dura, mercados abiertos y rechazo frontal al socialismo del siglo XXI.

Para el tablero geopolítico, Chile pasa de ser una referencia progresista —con un presidente joven, exlíder estudiantil— a convertirse en un actor alineado con la constelación de gobiernos conservadores cercanos a Donald Trump y a discursos nacionalistas. Esto reconfigura alianzas, impacta la agenda de organismos regionales y reabre la disputa ideológica sobre el modelo de desarrollo y seguridad en América Latina.

Desafíos inmediatos del gobierno Kast

En el corto plazo, Kast deberá cumplir con expectativas muy altas en seguridad sin romper de manera irreparable con estándares democráticos y de derechos humanos que la sociedad chilena ha defendido desde el retorno a la democracia. La implementación de políticas de deportación masiva, militarización de fronteras y endurecimiento penal será observada con lupa tanto por organizaciones internas como por la comunidad internacional.

Otro reto será gestionar la tensión entre su base más ideológica, que espera cambios profundos y rápidos, y los sectores moderados que le prestaron su voto como castigo al oficialismo, pero que podrían retraerse si perciben excesos o retrocesos en libertades civiles. A ello se suma la necesidad de articular acuerdos legislativos para cualquier agenda estructural, en un escenario donde la fragmentación partidaria y la polarización siguen siendo la norma.

Oportunidades y riesgos para la democracia chilena

El nuevo ciclo abre una ventana para revisar, con mirada menos emocional, las promesas y límites del ciclo progresista y del propio estallido social, evaluando qué demandas siguen pendientes y cómo se integran en un marco de estabilidad. Si Kast logra responder a la demanda legítima de seguridad sin desmantelar las garantías democráticas, Chile podría convertirse en un caso de “derecha de orden” que respeta las reglas del juego.

El riesgo, sin embargo, es que el péndulo se desplace hacia prácticas autoritarias normalizadas en nombre de la seguridad, erosionando derechos y profundizando la polarización. En este contexto, el rol de la oposición, los medios de comunicación —como Café Político— y la sociedad civil será clave para vigilar, interpretar y narrar este nuevo capítulo chileno con rigor, profundidad y conexión con las audiencias jóvenes que ya están redefiniendo la conversación pública en la región.

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