Óptica periodística
Nelson Germán Sánchez Pérez –Gersan-
Resulta absurdo, por decir lo menos y ser lo más decentes al usar términos de nuestro idioma, que en pleno siglo XXI al terminar las festividades de Navidad, Año Nuevo y Reyes Magos, tengamos semejantes cifras de personas – y especialmente niños- quemados por pólvora en el país. Ese hecho me hace recordar las coloquiales pero sabias palabras que expresaba don Antonio Melo Salazar, recordado y admirado director-gerente de EL NUEVO DÍA por muchos años, en los pasillos de la redacción: “primero se acaba la lavaza que los marranos”.
Y tal cual resulta al observar el último reporte de Medicina Legal en Colombia y las autoridades médicas de la nación, con cerca de mil personas quemadas, mutiladas o desfiguradas a causa del uso de la pólvora en estas festividades. Ello da cuenta de que efectivamente los “caribajitos” abundan aún por nuestras calles lodosas.
Aunque en ese “consuelo de tontos” que nos gusta manejar a los colombianos con las manipulables estadísticas estamos mejor, porque se presentó una reducción de casi el 16% de casos en la comparación con el mismo periodo del año anterior, es decir, de 2022 frente a 2021. Pero en fin, de los quedamos 299 fueron menores de edad y de estos el 40 por ciento estaba en compañía de un adulto que ingería licor. De total de colombianos afectados por la pólvora decembrina, el 70 por ciento fueron directos manipuladores de ese material, un 20 por ciento observadores de estos y el 10 por ciento transeúntes o a quienes les cayeron en sus casas, carros y demás espacios. El reporte da cuenta hasta hoy, de solo una persona muerta en Riosucio (Caldas) a quien le estalló una caja de bengalas que llevaba en su motocicleta.
Las autoridades concluyen que los elementos pirotécnicos que generan el mayor número de lesionados son voladores, volcanes, cohetes y luces de bengalas en su orden; casi todos adquiridos en forma ilegal en las calles y el comercio informal colombiano.
El gran problema de esta fenómeno comportamental sigue siendo la inconciencia ciudadana al adquirir para sí o para sus menores un elemento como la pólvora, que está más que comprobado es peligroso, nocivo y solo deja tragedia y dolor. A más del daño colateral que causa a los animales silvestres y domésticos con sus estruendos y destellos.
Igualmente, el hecho cierto es la parsimonia oficial y de las autoridades frente al tema. O cómo se explica que en casi todas las ciudades, en los miles de videos de la televisión y de las redes sociales con relación a las festividades, aparezcan por todas partes el estruendo multicolor de la pólvora. Claro, en gracia de discusión podríamos plantear que debe permitirse su manipulación en manos de expertos para engalanar eventos o momentos especiales, bueno sí, pero es que eso es de perogrullo; el problema es que así como se fabrica para esos grandes espectáculos de luz y color, también se hace para vender al menudeo en elementos como totes, voladores, bengalas y chispitas y si se fabrica para uno se hace para el otro mercado, no nos digamos mentiras.
El país y sus autoridades siguen en deuda frente a tomar acciones radicales para que se acabe de una vez por todas el estruendoso-desastroso binomio festividades navideñas y pólvora; se lo debemos a los miles de colombianos desfigurados, mutilados, con secuelas físicas, mentales y emocionales que han sido afectadas en este siglo y el pasado, por pensar mediocremente que la pólvora era un bello y dulce juego de niños.