
Las últimas horas de un líder político
Bogotá amaneció en silencio el 11 de agosto de 2025. A las 2:00 de la madrugada, en la Fundación Santa Fe, dejó de latir el corazón de Miguel Uribe Turbay, senador de la República y uno de los precandidatos presidenciales con mayor proyección para las elecciones de 2026. El país, que llevaba dos meses siguiendo con angustia la evolución de su salud tras un atentado, despertó con la noticia que nadie quería escuchar: el joven político de 39 años, heredero de una tradición liberal y figura clave del centroderecha, había muerto.
La noticia no tardó en encender todas las alarmas del escenario político nacional. No era un asesinato más: se trataba del octavo caso de un aspirante presidencial asesinado en Colombia. El magnicidio reactivó fantasmas de un pasado violento que muchos creían superado y, al mismo tiempo, puso en juego el equilibrio político rumbo a 2026.
El atentado del 7 de junio: reconstrucción de una noche fatal
La noche del 7 de junio, Uribe Turbay asistía a un acto político en Fontibón, una de las localidades más populosas de Bogotá. Su equipo de campaña aseguraba que el evento formaba parte de su estrategia para conectar con las comunidades urbanas y fortalecer su imagen como un candidato cercano a la gente.
Al finalizar, salió rodeado de colaboradores y simpatizantes. Según el reporte oficial, mientras se dirigía hacia su vehículo, un hombre armado se acercó y disparó en repetidas ocasiones. Tres balas impactaron su cuerpo, dos de ellas en la cabeza. La escena fue caótica: gritos, gente corriendo y un operativo improvisado para evacuarlo.
Inicialmente, fue trasladado a la clínica Medicentro. Sin embargo, la gravedad de las heridas obligó a remitirlo a la Fundación Santa Fe, donde se iniciaron complejas intervenciones neuroquirúrgicas. Desde ese momento, su vida quedó en manos de un equipo médico que luchó contra el tiempo y las secuelas irreversibles de los disparos.
La batalla en la UCI y la movilización ciudadana
Durante los primeros días, hubo señales que encendieron la esperanza. Una primera intervención quirúrgica pareció estabilizarlo, pero el 16 de junio su situación se deterioró drásticamente debido a un sangrado intracerebral agudo. Los médicos intentaron una segunda operación, sin embargo, el diagnóstico se tornó extremadamente crítico.
En paralelo, el país se volcó en apoyo. A las afueras de la clínica, decenas de ciudadanos se reunían a diario para elevar oraciones. El 15 de junio, la “Marcha del Silencio” recorrió las calles de Bogotá como símbolo de rechazo a la violencia y de respaldo a la recuperación del senador. El movimiento, que comenzó en redes sociales, se extendió a otras ciudades, convirtiéndose en un fenómeno político y ciudadano.
Su esposa, María Claudia Tarazona, se convirtió en vocera de la familia. El domingo 10 de agosto, pidió unirse en oración. Horas después, el país conocería la noticia que cerraría dos meses de incertidumbre.
Trayectoria y herencia política
Nacido el 28 de enero de 1986, Miguel Uribe Turbay creció en medio de la política y la tragedia. Hijo de la periodista Diana Turbay, asesinada en 1991 durante un fallido rescate tras su secuestro por el grupo narcoterrorista Los Extraditables, y nieto del expresidente Julio César Turbay Ayala, su vida estuvo marcada por el servicio público y la resiliencia.
Abogado de la Universidad de los Andes, con maestrías en Políticas Públicas y Administración Pública en Harvard, comenzó su carrera política a los 25 años como concejal de Bogotá. Su estilo frontal y su oposición al entonces alcalde Gustavo Petro lo catapultaron a la presidencia del Concejo en 2014. Más tarde, fue secretario de Gobierno durante la administración de Enrique Peñalosa, con un perfil técnico y de resultados, pero no exento de polémicas.
En 2019 aspiró a la Alcaldía de Bogotá y en 2022 fue elegido senador con la votación más alta de su partido, el Centro Democrático. Su discurso combinaba una defensa férrea de la seguridad, la institucionalidad y la economía de mercado.
Un precandidato en ascenso
El 4 de marzo de 2025, Miguel Uribe anunció oficialmente su aspiración presidencial. En pocos meses, se consolidó como el favorito de su colectividad, superando a figuras históricas del uribismo. Su propuesta giraba en torno a seguridad ciudadana, reformas económicas y fortalecimiento institucional.
Una de sus últimas apariciones públicas fue para rechazar el decreto del presidente Gustavo Petro que convocaba a una consulta popular sin aprobación del Congreso, al que calificó como un “autogolpe de Estado”. Este episodio fortaleció su imagen como opositor firme y defensor de la Constitución.
Colombia y la sombra de los magnicidios
La muerte de Uribe Turbay revive un capítulo doloroso en la historia del país. Antes de él, siete aspirantes presidenciales fueron asesinados: Rafael Uribe Uribe (1914), Jorge Eliécer Gaitán (1948), Jaime Pardo Leal (1987), Luis Carlos Galán (1989), Bernardo Jaramillo Ossa (1990), Carlos Pizarro Leongómez (1990) y Álvaro Gómez Hurtado (1995). Cada uno de estos crímenes marcó un punto de inflexión en la política nacional, alterando el rumbo electoral y profundizando la desconfianza ciudadana.
Impacto político rumbo a 2026
El asesinato de Miguel Uribe reconfigura el panorama electoral. En el Centro Democrático deja un vacío difícil de llenar: su perfil joven, su formación internacional y su capacidad de tender puentes más allá del uribismo clásico lo convertían en una carta fuerte para conquistar nuevos sectores del electorado.
Analistas señalan que su muerte podría fragmentar el voto de centroderecha y abrir oportunidades para candidatos de otras vertientes. Además, pone nuevamente en debate la seguridad de los líderes políticos en campaña, un tema que se creía parcialmente superado pero que este hecho devuelve al primer plano.
Debate sobre la seguridad política
Expertos en seguridad coinciden en que el asesinato de Uribe Turbay obliga a replantear los esquemas de protección. La Unidad Nacional de Protección (UNP) tendrá que revisar protocolos y estrategias ante un escenario electoral polarizado. Para varios congresistas, la violencia política está escalando, no solo en zonas rurales afectadas por grupos armados, sino también en los centros urbanos.
Reacciones nacionales e internacionales
Las reacciones no se hicieron esperar. El presidente Gustavo Petro lamentó el hecho y pidió no instrumentalizar políticamente la tragedia. Líderes internacionales como el secretario general de la OEA y mandatarios de la región enviaron mensajes de solidaridad. En redes sociales, las etiquetas #MiguelUribeTurbay y #NoMásViolenciaPolítica se convirtieron en tendencia global.
Un país en la encrucijada
La muerte de Miguel Uribe Turbay no solo representa una pérdida personal y política; es un recordatorio de que la democracia colombiana sigue siendo vulnerable a la violencia. El magnicidio deja heridas profundas y abre interrogantes sobre el rumbo de las elecciones de 2026, la capacidad del Estado para proteger a sus líderes y el compromiso real de todos los sectores para erradicar la violencia política.
Colombia, una vez más, se encuentra ante una encrucijada: repetir la historia o aprender de ella.