Óptica periodística
Nelson Germán Sánchez Pérez –Gersan-
En las próximas semanas o meses tendremos noticias casi definitivas de si el programador y periodista Julián Assange, tendrá que pasar el resto de su vida en una prisión norteamericana acusado de espionaje, terrorismo y 16 delitos más, por haberse atrevido a develar al mundo, a través de su portal Wikileaks, unas verdades incómodas sobre la relación de corrupción y gobiernos poderosos del mundo, violaciones a los derechos humanos y espionaje de naciones como lo hace Estados Unidos a otros países. Sin duda, el proyecto impulsado por Assange permitió develar los entramados e intereses del poder cuyas decisiones se toman desde las esferas oficiales y sus socios corporativos en beneficio propio y en contra del interés mundial general.
Assange, logró ubicar de nuevo en el debate público el deber real del periodismo, es decir, exigir transparencia en la información, encontrar y dar a conocer públicamente la verdad; a que se conozcan los secretos gubernamentales, violaciones a la ley y los tratados internacionales en contra de seres humanos y naciones, bajo el accionar de ambiciones del poder y las utilidades económicas.
Igualmente, su labor fue un llamado de atención a los medios de información y al periodismo mismo para volver a la investigación, cuestionar, indagar, no dar por hecho ni pasar de largo y prestar atención siempre a distintas fuentes. También, un grito de independencia frente al poder político y financiero y sobre todo regresar a la razón de ser periodística: la búsqueda de la verdad y defensa de la democracia y del bien común.
Pero el caso de Assange, también pone en evidencia que al comenzar estas batallas está en riesgo la vida e integridad de investigadores y denunciantes, por el solo hecho de revelar a un establecimiento mundial de corrupción, intereses, mentiras, individualismo, mercantilismo, facilismo y conveniencias, que al verse expuesto ejerce todo su poder político, económico y judicial para tratar de amedrentar, menoscabar, asfixiar y desprestigiar a los denunciantes, incluso limitando su libertad de expresión, que es un derecho humano fundamental reconocido por la propia Unesco.
Estudiar y seguir el caso Assange enseña que algunas veces solo pareciera que la verdad no basta y no importa, porque la sociedad de hoy quiere seguir con una ‘verdad acomodada’ y cómodamente modificada desde los centros del poder, quienes defienden sus propios intereses, los cuales pueden acabar o disminuir si se dan a conocer masivamente a los ciudadanos sus intenciones reales.
En la tarea iniciada por Assange lo más importante se enmarca en sacar a la luz las verdades incómodas del poder, en búsqueda de construir un mundo mejor y más equitativo. Mucho más en una sociedad que reclama resignificar sus valores, su ética, dejar de creer por creer, que desconoce cómo y para qué se toman las decisiones importantes para la vida de todos y que sumado a la falta de pensamiento crítico son utilizados para manipular con el miedo y mensajes maquillados a través de medios de comunicación, redes sociales, centros de estudio, pensamiento, entidades privadas y hasta universidades. Colombia es, sin duda, un gran laboratorio para ello en la actualidad.